La (des)normalización de la tristeza o la búsqueda de pastillas para sonreír.
- hecticmag
- 5 jun 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 7 jun 2020
por Sofía Rivera

Empecé tratamiento psiquiátrico hace seis meses, todavía recuerdo mi primera cita y la famosa pregunta: ¿hace cuánto te sientes así? La interrogación, bastante predecible y normal, retumbó en mi mente, no porque fuera especial sino porque la única respuesta honesta me daba miedo: “no recuerdo sentirme diferente”. Esa era la verdad y tal vez parte de la explicación del diagnóstico — distimia y otras cosas que ni vale la pena mencionar—. La distimia fue la manera formal del psiquiatra para decirme que tenía un trastorno depresivo persistente o, como me gusta decirle, depresión crónica.
Hay algunas cosas que —tal vez— deberían saber sobre mí experiencia antes de continuar:
Dos verdades y una mentira: no fui al psiquiatra porque me preocupara sentirme triste, la costumbre ha hecho fácil sobrellevar el sentimiento abrumador de tristeza, tengo miedo de ser feliz y dejar de ser quien soy. Dos mentiras y una verdad: nunca tuve miedo de empezar tratamiento psiquiátrico, creo que algún día voy a sentirme mejor, no le creo a la psicóloga cuando dice que no es mi culpa (yo no pedí tener depresión, porque es una enfermedad) y que no soy una carga para la gente a mi alrededor.
Los que me conocen saben que fue una discusión difícil: de verdad, ¿yo tenía que tomar medicamentos? Una precisión: vivir triste no es normal. Otra precisión: cuando no recuerdas sentirte diferente es fácil normalizarlo. Durante algunas semanas había dos equipos: los pro-medicamento (equipo liderado por mis amigues) vs. los anti-pastillas conocidos como los “basta con terapia” (los miembros sobresalientes: mi mamá y mi ex). Ambos equipos querían lo mismo, que me sintiera bien y tuviera estabilidad emocional. Yo quería lo mismo, lo quiero. Así, en presente. Así, más como plegaria que como una posibilidad real.
La historia corta: empecé a tomar las pastillas. Cosas que no sé si dije: toda mi vida creí que estar triste era lo normal, no recuerdo no sentirme triste. Incluso, he aprendido a vivir así y lo he normalizado hasta el punto de creer genuinamente que mi personalidad era melancólica y soñadora. ¿Llorar por todo? Normal. Hasta puedo asegurar que jamás pensé que los demás no se sintieran así, mínimo los melancólicos. Ahora me preguntó, dónde leí tal tontería y estoy casi segura de que habrá sido en una revista para adolescentes. Tercera precisión: la normalización jamás, ni por un segundo, hizo las cosas llevaderas; simplemente hizo que me tardara más en buscar ayuda porque no creí necesitarla. Una cosa importante por considerar es que no sabemos nada sobre la salud mental, aunque nos gusta decir que sí y las publicaciones de las redes sociales que romantizan enfermedades como la ansiedad y la depresión no solo normalizan, sino que perjudican a los que en verdad viven con estas enfermedades.
Tener depresión no —siempre— es escribir poemas a las 3 de la mañana escuchando covers de música indie de fondo. Tener ansiedad no es romántico ni implica que las personas saben querer mejor. Usualmente, son dudas, es miedo, son ataques de pánico que no sabes cómo calmar. A veces, es no poder levantarte de la cama, no poder concentrarte, no comer durante días, sentirte muerta por dentro —o sentir que te vas a morir durante un ataque de pánico— y quererte morir. Tampoco es fácil para la gente que te rodea; pueden cansarse de los mismos cuestionamientos, no saber cómo lidiar con los pensamientos suicidas y, algunes, van a sentir que eres una carga. Lo peor —y tal vez parece ridículo tener que mencionarlo—: nadie puede salvarte, es un trabajo personal y, si quieren, las personas que te rodean pueden apoyarte, pero no deben creer que pueden hacer algo para solucionar las cosas. Lo mejor que pueden hacer es escuchar y validar. ¿Pensamientos suicidas? Aunque suene a meme, no; no son lo normal.
¿Qué he aprendido en estos 6 meses? Debí buscar ayuda mucho antes, hay maneras de sentirse mejor. Es difícil, yo —todavía— no estoy mejor; por aquí todo sigue igual. Por eso, recientemente, cambié de psiquiatra y empezaré un nuevo tratamiento. Algo que también me tomó tiempo descubrir, después de 6 meses con un buen tratamiento, debería sentirme mejor. El nuevo psiquiatra me dijo algo que había considerado, pero nunca pensado lo suficiente: cuando empiece a sentirme mejor, si me llego a sentirme mejor, seguramente me voy a sentir rara, no me voy a sentir como yo. Lo que me explicó y no sabía es que voy a ser yo, así es como siempre debí sentirme y no lo sabía. Una última precisión: todos los días es una lucha y siento que nunca me voy a sentir bien (a pesar de que tengo la suerte de contar con amigas que han pasado por algo similar y me juran que, aunque yo no veo la luz al final del túnel, sí la hay y voy a sentirme bien). No puedo decir que todo va a estar bien, aunque me gustaría. Lo que sí puedo decir es que normalizar la tristeza no es la solución y buscar ayuda siempre es la mejor alternativa. Tomar pastillas para sentirse mejor da miedo, pero las enfermedades mentales son eso, enfermedades y necesitan un tratamiento —hay que tomar pastillas y también ir a terapia—. El camino es difícil. El progreso no es lineal, hay días buenos y unos muy malos, pero, tal vez, vale la pena buscar razones para sonreír, resulta que vivir triste no es vivir y no es lo ‘normal’. Un rayito de esperanza: no están solxs y mi puerta está abierta para acompañarlxs.
Texto por Sofía Rivera para HECTIC MAG
ilustración por Sofía Granados para HECTIC MAG
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