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La maternidad forzada: las víctimas que nadie ve.

  • Foto del escritor: hecticmag
    hecticmag
  • 29 jul 2020
  • 5 Min. de lectura

Escrito por Sofía Rivera

“Todos, todos incluidos, parloteaban y se oían a sí mismos mientras nosotras mirábamos confundidas e impávidas, porque eso era lo que había que hacer: ser las casas vacías para albergar la vida o la muerte, pero al fin y al cabo, vacías.” — Casas Vacías, Brenda Navarro.

Parece mentira que en pleno siglo XXI la maternidad siga siendo una obligación, una condena y un privilegio de clase. La realidad nuevamente supera a la ficción y es imposible no pensar que estamos viviendo en el mundo distópico que narra Margaret Atwood en El cuento de la criada[1]. Para quien no sepa de qué trata esta obra es suficiente decir que en la sociedad imaginaria de Atwood cada mujer tiene un rol especifico y son justamente las criadas, aquellas mujeres que van vestidas de rojo y que no tienen privilegios de clase, las que son obligadas a parir. Hoy, más que nunca, es necesario preguntarnos si el rechazo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación para despenalizar el aborto en Veracruz no nos acerca al mundo ficticio de Atwood. ¿Criminalizar la interrupción voluntaria del embarazo no nos obliga a vestirnos de rojo e, implícitamente, nos condena a la maternidad? En verdad, ¿hay algo más violento que pensar en las mujeres como incubadoras?, ¿hasta dónde pueden decidir las mujeres sobre su cuerpo y su vida?, ¿cuánta es la influencia de un puñado de jueces sobre el cuerpo de mujeres que nunca conocerán?

La despenalización del aborto es mucho más que mujeres decidiendo sobre su vida. Esta es una discusión que debe analizarse de manera interseccional, es decir, hay que considerar muchos otros factores como la salud y la lucha de clases. Mi posición frente a la elección de las mujeres sobre tener la posibilidad de decidir —sin ser condenas ni juzgadas— acerca de la maternidad surge de cuatro puntos: la salud pública, la violencia de la maternidad no deseada (para el bebé y la madre), la autonomía femenina y la desigualdad social. En lo personal, no me imagino nada más violento para una mujer que obligarla a la maternidad ni nada más cruel para un bebé que condenarlo a la posibilidad de vivir una vida sin amor y al rechazo familiar. Asimismo, podría escribir desde una perspectiva no feminista de por qué es necesario despenalizar el aborto por cuestiones de salud pública. A pesar de esto, la realidad mexicana me obliga a pronunciarme respecto al último punto: la desigualdad social y la lucha de clases.

Es necesario mencionar lo obvio: poder abortar en México es privilegio. ¿Por qué? Por una razón: porque las mujeres lo suficientemente afortunadas para pertenecer a las clases sociales medias y altas pueden elegir si desean abortar. En otras palabras, en un país sumamente desigual y violento para las mujeres, son las clases sociales no privilegiadas y las mujeres indígenas las que no tienen acceso al aborto legal, seguro y gratuito. Mientras que las mujeres que tienen suficiente dinero pueden abortar, de manera ilegal, pero de manera segura. Con base en eso es fácil afirmar que en México abortar es un privilegio porque son las razones socioeconómicas de las mujeres las que definen su capacidad de elegir. Esto genera que las mujeres pobres sean las víctimas invisibles de un sistema económico y social que las ignora; que las condena a la maternidad sin escuchar razones o considerar opiniones.

En el 2018, de acuerdo con datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, 61.1 millones de mexicanos tenían ingresos inferiores a la línea de pobreza, es decir, 48.8% de la población mexicana se encuentra en una situación de pobreza[2]. Es posible inferir a partir de estos datos que al menos la mitad de la población femenina no tiene ninguna elección sobre su cuerpo, sobre su vida y están condenadas por la desigualdad a cumplir el rol de madres. Lo quieran o no. Sin importar su edad, sus sueños, su situación. Entonces, ¿qué importa? La cantidad de dinero que tienen en el banco y eso asumiendo que no hay un hombre que decida por ellas o tenga el control económico de su vida.

La decisión que hoy tomaron los ministros de la SCJN, desde la seguridad de sus casas, acerca del proyecto para la despenalización del aborto en Veracruz nos recuerda que las decisiones políticas y jurídicas no consideran el contexto social nacional. Basta con mirar el privilegio que gozan al poder estar en cuarentena mientras la mayoría de la sociedad mexicana ha tenido que abandonar el confinamiento y arriesgar su vida para poder sobrevivir. La discusión es teórica y muy lejos de los tecnicismos, aquellos que los distraen de pensar en la mujer mexicana promedio, existe una realidad desoladora. Tal vez por eso es que evitan confrontarla, si la vieran no podrían rechazar la despenalización del aborto y dormir tranquilos. Sin embargo, la situación es clara: la ley no es ciega ni objetiva en un país donde reina la impunidad. El marco jurídico aplica diferente dependiendo de la clase social a la que pertenezca el imputado y, si la desigualdad inicia en el aparato institucional encargado de resguardar los derechos humanos, ¿cómo hablar de igualdad?, ¿qué mujer duerme tranquila cuando sabe que está condenada a ser madre, morir o ser criminalizada? A veces la respuesta a esa pregunta ni siquiera depende de la elección de la mujer sino de la suerte.

Ante este panorama, rechazar el proyecto que despenaliza el aborto es condenar a las mujeres pobres a decidir entre ser madres por deber o morir. Es condenarlas a abortar en condiciones insalubres y riesgosas. Es votar a favor de los tratos inhumanos y rechazar los derechos de las mujeres. Derechos que algunas organizaciones y tratados internacionales ya postulan como intrínsecos al hecho de ser mujer[3]. Es fomentar la desigualdad y la violencia; es determinar las opciones de las mujeres, nuevamente, por su economía. En pocas palabras, México le da vida a El cuento de la criada y confirma que la realidad siempre supera a la ficción: mientras que las más adineradas tienen la posibilidad decidir, las mujeres de escasos recursos son obligadas a parir por su condición social. Hoy las todas las mujeres de México nos vestimos de rojo en solidaridad con las mujeres de Veracruz porque si yo puedo abortar y ellas no, eso es un privilegio y, ante el dolor de las otras, hay que empatizar y acompañar. Hoy me visto de rojo porque ante la injusticia voy a luchar.

[1]Margaret Atwood. El cuento de la criada. Traducido por Elsa Mateo Blanco. Epublibre: Titivillus, 1985. https://b-ok.lat/book/4508959/334b75. [2] CONEVAL. “Medición de la pobreza: ​Resultados de pobreza en México 20​18 a nivel nacional y por entidades federativas”. Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social. Publicado el 31 de julio 2019. ​https://www.coneval.org.mx/Medicion/Paginas/PobrezaInicio.aspx [3] Ipas México. El aborto en el sistema internacional de derechos humanos. Ciudad de México: Ipas México A.C., 2019. https://ipasmexico.org/wp-content/uploads/2019/documents/WEB-IpasMx2019-ASIDH.pdf


Escrito por Sofía Rivera 

Ilustración por Sofía Granados  

Comentario sobre la ilustración: La portada refleja la felicidad de algunas madres veracruzanas, entre ellas está mi abuela, mis tías y mi madre. Nací en una familia de mujeres afortunadas que añoraron la maternidad. Sin embargo, esta no es la realidad de todas.

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